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NOTA: 9.9

Qué clase de madre: un terror psicológico tan puro que no volveré a bañarme en un lago

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Escritora consumada, concept artist en ciernes y adicta al trabajo. Do...


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Apesta a agua lodosa, a miedo y a páginas espaciadas con textos inconcluso y extraño. Qué clase de madre de Clay McLeod Chapman es una novela injusta, ansiosa y que te destempla desde las primeras páginas. Con ella he llorado sin descanso, envuelta en una manta de cuadros mientras la lluvia repiqueteaba contra el cristal de mi ventana. Con ella he gritado de grima, miedo y he lanzado el libro contra la cama, iracunda y nerviosa, como si cientos de cangrejos de río caminaran con las pinzas alzadas por mis brazos.

Qué clase de madre es uno de esos libros que solo podrías encontrar en Runas y que no se enclava totalmente en el género del terror psicólogico, pero tampoco en el de thriller. Es, como los desbordamientos de los ríos, una novela con capas y capas de cieno narrativo del que hoy, en esta humilde reseña de Momoko, te quiero hablar.

Qué clase de madre: argumento de una novela que te pone el cuerpo del revés.

Maddi ha perdido a su hija Kendra. O, al menos, así es como se siente cuando se ve forzada a volver a su pueblo natal, del que fue expulsada por su familia cuando se quedó embarazada de adolescente. Y es que Kendra ha decidido que quiere darle una oportunidad a su reformado padre y se ha marchado a vivir con él y con su nueva familia.

Para tener el privilegio de verla cada fin de semana, Maddi malvive en un motel comercial leyendo la mano a la gente que pasa, ofreciendo consuelo con cristales curativos y lecturas donde intenta convencer a todo el que pasa que todo irá bien.

TODO
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Sin embargo, su tediosa vida se tuerce cuando se reencuentra con Henry: un exnovio del instituto cuyo hijo desapareció hace cinco años. Henry está convencido de que Maddi puede usar su capacidad como vidente para ayudarle a encontrar a su bebé. Y puede que esta no crea realmente en sus capacidad, pero el más breve contacto con su mano hace el agua la inunde y la peste del río le guíe al sitio donde, ella inocentemente cree, que descansa el cuerpo de ese bebé.

Una historia de pérdida, duelo y montículos callosos

Qué clase de madre es, como te anticipé antes, incómoda y agobiante, pero también morbosa y cargada de esperanza. La narrativa de Clay McLeod Chapman está dotada de una gran belleza sin por ello romantizar la vida de los pueblos alrededor de los ríos: una vida rodeada de ancianas criticonas, gente que muestra una amabilidad que brilla por su ausencia, una inmensa soledad capaz de engullir a aquellos que sean diferentes y la peste del río y del pescado y marisco en descomposición.

Brandywine: un reflejo del corazón de los protagonistas

Y es que Brandywine es oscura, decadente, fría y, de alguna forma, está sumergida por agua pantanosa, cangrejos agresivos y una decrepitud que enlaza perfectamente con el estado anímico de los protagonistas. No es de extrañar, por tanto, que sientas, como lector, un inmediato paralelismo entre el espacio en el que se desarrolla la trama y el corazón de los protagonistas.

Así veremos un Brandywine decadente donde se describe continuamente el estado de precariedad emocional y económica en el que viven sus integrantes (la joven que acude a que le lean la mano, el propio Henry viviendo en su barco, las ancianas mal vendiendo su mermelada, la incapacidad de la protagonista de pagar una tarifa tan baja como 20$ por tener un puestecito en el mercado…) y es que hay una relación simbiótica entre el espacio donde se desarrolla la acción y los protagonistas.

Para entenderlo, solamente tenemos que asomarnos y sobrevolar la vida de los protagonistas. Por un lado tenemos a Maddi, cuya vida se trunca en el momento en el que decide continuar con su embarazo no deseado y de ser expulsada de su hogar. Esta decisión que marca la tónica y el concepto del sacrificio innato en una madre (tema recurrente a lo largo de la novela), marca el inicio de un declive personal que refleja el entorno en el que se encuentra. Su existencia, una vez llena de potencial, se ve reducida a la mera supervivencia, luchando diariamente por mantenerse a flote en un mar de desesperación económica y emocional.

TODO
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Paralelamente, la vida de Henry también es una sombra de lo que fue. Tras la desaparición de su hijo, él, al igual que Maddi, flota a la deriva, atrapado en un limbo de dolor y pérdida que lo ha llevado a malvivir en su barco, desconectado de una existencia que alguna vez tuvo propósito y dirección. Su día a día es un reflejo de la corrosión que sufre Brandywine, donde las vidas de sus habitantes se desmoronan bajo el peso de sus tragedias personales.

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La autopista está enmarañada en una red de cables telefónicos, una araña que ha tejido su hijo a lo largo de kilómetros y kilómetros para atrapar galerías comerciales, los restos muertos de McDonal’s, de Wawas, de Wendy’s, de Exxon, las estaciones de servicio Shell.

Ambos personajes, atormentados por sus pasados y luchando por encontrar un sentido en el presente, ilustran profundamente cómo el entorno de Brandywine actúa no solo como un escenario para la trama, sino como un espejo del alma rota de sus residentes. Este efecto parasitario o simbiótico del pueblo con las emociones de ambos protagonistas va cobrando sentido conforme avanzas en la lectura y, por decirlo de alguna manera, le vas viendo las huevas al cangrejo: la aparición de avispas en el mercado justo después de que Maddi se haya fijado en la mantita bordada de Skyler; el neón que se enciende mágicamente, la sensación húmeda que recorre a Maddi cada noche en su cama del motel…

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Buscan desesperadas el contacto de la mano llameante que flota en la oscuridad, necesitan el neón.

El horror de la pérdida de un hijo, el sacrificio y el abandono

Qué clase de madre ahonda continuamente dentro de su narrativa de terror y gore en el papel y la responsabilidad que tienen los padres (y, en especial, las madres) hacia sus vástagos. Así, a lo largo de esta narrativa, McLeod explora las profundidades del sacrificio parental y su impacto psicológico en quienes se dedican completamente a sus hijos, a menudo a expensas de sus propios sueños y bienestar.

Maddi, cuya vida toma un giro inesperado y severo al decidir llevar a término su embarazo no deseado, encarna este sacrificio maternal. Su vida, que prometía un futuro brillante, queda relegada a la lucha constante por la supervivencia. El autor nos muestra cómo, en un acto de amor extremo, Maddi permite que su hija Kendra viva con el padre que las abandonó, creyendo que es lo mejor para su hija a pesar de su propio dolor y abandono y cómo, cada noche, vuelve sola a un tugurio de mala muerte, autoconvenciéndose de que todo irá mejor en el futuro. Como todas las madres, nunca se pone a sí misma primero, y su vida se convierte en un reflejo de renuncia y agotamiento emocional, sacrificando sus propios deseos y necesidades en el altar de la maternidad.

Chapman dibuja un paralelismo crudo y a veces perturbador entre los hijos y los parásitos, sugiriendo que, de manera algo retorcida, los hijos pueden drenar la vida de sus padres, consumiendo sus energías, sueños e ilusiones hasta dejarles vacíos. De esta manera, en pos de una narrativa normativa donde continuamente se glorifica el concepto de familia (tres, el número mágico: el padre, la madre e hijo), el autor nos muestra cómo la sociedad culpa de la desaparición de Skyler a Grace, achacándola de una depresión post-parto de la que luego, sin entrar en spoilers, tendremos más información.

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Qué clase de madre habla así de amor y sacrificio, sí, pero también del coste que supone, en ocasiones, llegar a ser madre y haberlo perdido todo, y lo hace a través de una historia que se pliega sobre sí misma, cargada de giros de guion, cambios de sentido y, sobre todo, desafiando de alguna a los thrillers novelescos a los que estamos acostumbrados.

Terror y lamentos: un bebé que no está, el llanto de un infante ausente.

Dicen en Bookstagram que Qué clase de madre y el estilo de Clay McLeod Chapman se parecen enormemente al de Catriona Ward. Y entiendo de dónde viene la comparación. Al igual que en La bahía del espejo, Qué clase de madre comienza con tintes de un thriller policíaco, planteándonos un terrible crimen sin resolver y se apoya de algo de terror, frases inconexas sueltas y un ligero tinte intranquilizador para dejarnos claro, desde el primer instante, que nos encontramos ante una historia con tintes paranormales donde nada es lo que parece.

Solo que lo lleva mucho más allá.

Desde las primeras páginas, Clay McLeod Chapman no se toma su tiempo para establecer un contexto calmado y agradable ante el que plantearnos la historia para luego retorcernos el corazón, sino que salta directamente a la parte dramática de la misma, ofreciéndonos capítulos o secciones del libro que van saltando de Maddi como narradora a Henry para darnos la perspectiva del presente y el pasado de forma mucho más fidedigna.

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Y vaya si no es retorcido e intranquilizador. No hace falta que profundicemos en el personaje de Henry y su tragedia para que pronto este sea una sombra de ansiosa presencia y demoledoras declaraciones para el lector.

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¿Alguna vez has estado en un funeral por alguien que ha desaparecido? Enterraron un ataúd vacío. Una bolsa de aire.

Y es que Qué clase de madre de Clay McLeod Chapman no es una simple incursión en el terror o en el drama familiar; es una exploración vertiginosa que subvierte constantemente las expectativas del lector. Cuando crees haber comprendido el camino de la narrativa y te preparas para un desenlace lógico y esperado, Chapman gira el timón, llevándote a aguas grises, sucias y desconocidas donde bullen cangrejos azules agresivos. La novela se convierte así en una experiencia totalmente adictiva donde el fondo de la sanidad mental se equipara al fondo de un río sucio, grisáceo y lodoso: engañoso y traicionero.

Y es que Qué clase de madre tiene la habilidad de mantenerte pegado a las páginas y se me ace complicado comentarlo plenamente sin desvelar demasiado porque a partir de la primera sección del libro, el resto se va precipitando en ebullición haciendo que no te creas lo que está pasando por delante de tus páginas. Y es que la desaparición del bebé, lejos de ser el clímax, es solo la punta del iceberg. Lo que sigue es una espiral de eventos paranormales y revelaciones que se despliegan con un detalle sinestésico, blando, putrefacto, frío y salado que resulta, como poco desconcertante y, dentro de su ámbito, sumamente morboso.

La prosa de Chapman es un ente vivo dentro de la narrativa, sinestésica y evocadora, capaz de transmitir con maestría el horror visceral que emana de la ambientación marítima y viscosa que describe. Pocos autores logran evocar ese tipo de terror repugnante: ese miedo que se te pega a la piel como la salitre en un muelle olvidado por el tiempo y que te revuelve como una sugerente y traicionera ostra podrida.

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Entonces ¿cuál es tu opinión sobre Qué clase de madre?

Hacía mucho que no me desgañitaba el pecho llorando. Hacía mucho que no sentía tanto asco leyendo como para tener que soltar la novela con horror. Pero, de alguna manera, Qué clase de madre ha logrado eso y que me la meriende en dos tardes como si fuera de pesca una tade calurosa de verano: con paciencia y un poquito de repugnancia por lo que se mueve bajo mis piernas.

Como ya te he contado, el libro tiene muchas capas y es imposible hablar realmente de lo que esconde su núcleo, de la mitología aparente, de los giros y sorpresas, sin estropearte totalmente la novela. Sin embargo, déjame que te avise mientras tomo tu mano entre las mías y empiezo a inventar una historia de cuentos y esperanzas para que no nos hundamos con la presión de la bahía: este libro te atrapa y te deja el cuerpo totalmente del revés.

Si lo que estás buscando en sentirte ahogado entre las palabras, sin duda McLeod Chapman es tu hombre. Qué ganas de ver si Runas trae más de sus libros a España para volver a sentirme tan mal y al mismo tiempo ver tan cumplido el objetivo de un género hecho para hacer que no vuelva a meterme a un río el resto de mi vida.

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